“Traemos esta vez el resumen de un capítulo del libro Euskadi aproximación política, prolegómenos para un debate (J. Itzaga, 1991). Aunque ha pasado mucho tiempo desde que se publicó el libro, todavía hoy desprende actualidad (Estados, naciones, política, democracia, pactos, instituciones, Estatuto de Autonomía, transferencias, etc.), ya que la situación del Euskal Herria, por desgracia, no ha cambiado; quizá haya empeorado, desde el punto de vista del anhelo de libertad. Pero aún vive el pueblo que proclama su independencia”.
EUSKADI: APROXIMACIÓN POLÍTICA. Algunas conclusiones
Partimos del supuesto de que Euskalerria es una nación. Ello implica que posee ya la fuerza y la capacidad “objetiva” suficientes para constituirse en sujeto político y participar activamente en la contienda política adecuando los fines y los plazos de su consecución a los medios de que dispone en cada momento. Nuestras palabras van solamente dirigidas a los que aceptan el mismo punto de partida que nosotros.
Pudimos, y todavía podemos, seguir ocupando un lugar en la historia si acertamos a reorganizarnos políticamente, si somos capaces de crear la nueva clase política que sepa canalizar y dirigir las energías del pueblo en la dirección y la forma adecuadas en lugar de aherrojarlas y debilitarlas progresivamente mediante la legitimación del imperialismo a través de la parlamentarización.
Hay un mínimo de condiciones sin cuya presencia no cabe ya denominar a un Estado de democrático. Por lo que a nosotros respecta, basta señalar dos de ellas para confirmar el carácter antidemocrático del Estado español.
La primera y fundamental es el no reconocimiento político institucional y legal de las naciones que ocupan el territorio sobre el que extiende su soberanía. Los tan cacareados derechos individuales de los miembros de las naciones oprimidas no pueden tener ninguna realidad en ausencia del mínimo de libertad nacional que los genera y garantiza. Afirmamos rotundamente el carácter antidemocrático, totalitario, del sistema político vigente y su consiguiente falta de legitimidad.
Otra segunda condición – estrechamente ligada a la anterior, por supuesto – ineludible en un sistema democrático, es la posibilidad para todo cuerpo político de asegurar mediante la fuerza propia de uno u otro género, la defensa de las instituciones con que se ha dotado.
Si no disponemos del mínimo de fuerza suficiente para forzar al enemigo a adoptar estas medidas contra su voluntad no hay, por el momento, ninguna posibilidad de iniciar una ofensiva política. La pretensión de estar llevándola a cabo mediante la constitución formal de partidos y sindicatos con siglas vascas es, además de superflua, totalmente contraproducente porque conlleva velis nolis el desencanto y la frustración al verificar el fracaso de lo que se denomina política y no es más que un espejismo o una pantomima. Tales siglas son consciente o inconscientemente caballos de Troya introducidos en el país al servicio del imperialismo.
Si se piensa que las batallas políticas decisivas no son hoy posibles pero pueden serlo en el futuro, habrá que esperar, entonces, dicho futuro esforzándose mientras tanto en prepararlas mediante las actividades adecuadas, pero sin confundir jamás la velocidad con el tocino. Política es política; aquí no son posibles los sucedáneos, aunque sean posibles y abundantes las traiciones.
Si, por fin, se piensa que ni hoy ni en el futuro van a existir posibilidades de lograr el acopio de fuerza que permita hacer política en el pleno y verdadero sentido del término, lo más indicado sería decirlo con franqueza y abiertamente para no estar fomentando por más tiempo falsas ilusiones y la consiguiente frustración y para no atraer además respuestas políticas contundentes por parte de los enemigos de un país convertido ahora mismo en puro objeto estratégico, es decir en el saco de todos los golpes. Lo que es evidente es que la conjunción de colaboración política efectiva y oposición verbal no va a reportarnos ningún beneficio. Incluso los objetivos puramente regionalistas en la situación actual exigirían para su consecución, por paradójico que pueda parecer, que no se renunciara a los objetivos y principios nacionales.
Por decir que el Estatuto de Autonomía es fruto de un pacto, el olmo no va a dar peras. También hay quien dice lo contrario. Las declaraciones verbales y externas de poder no tienen relevancia alguna, pues, sociológicamente, lo que importa son los hechos mismos. No hay más juez que la propia realidad y la vivencia que cada cual tenga de la misma. Los pactos no se zanjan con firmas, se establecen primero en el ámbito de la relación de fuerzas. Los vascos deberíamos haber aprendido ya sobradamente el valor que tienen los pactos y las palabras para los que firmaron el acuerdo de Bergara y hasta lo sellaron con un “abrazo” después que hubimos entregado ingenuamente las armas. Pero, desgraciadamente, los contenidos de los textos de historia que manejan nuestros jóvenes, algunos de ellos redactados en euskara, siguen aprobándose por el ministro de educación español de turno y de este modo la carencia de memoria histórica nos deja inermes frente a la repetición de los acontecimientos. A esto es a lo que algunos denominan “transferencias en materia de educación”.
Nota del editor:
Lo que se puede decir y deducir del imperialismo español en este texto es directamente aplicable al imperialismo francés.